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"¿Pa' qué sirve un Delegado?", me preguntó muchas veces cuando mis intentos se estrellan contra ciertos muros de contención, tan sólidos, que parecieran inamovibles por más energía que se le ponga al asunto, porque al final el vertedero de aquel reparto crece y crece, inamovible también, y lo asumes como una derrota personal.
Un Delegado, aunque algunos no lo sospechen, se llena de preocupaciones, inconformidades y de muchas batallas perdidas que pesan demasiado en una agenda colmada de planteamientos que no siempre, o casi nunca, hallan respuesta inmediata.
A mí en lo personal no me convence hablar de planteamientos, ni me siento creíble enumerando los envejecidos, tramitados o con respuestas, a ciencia cierta era la parte más monótona de los informes que escuchaba en las rendiciones de cuenta a las tantas que asistí como elector.
Si me preguntan hoy pa' qué sirve un Delegado no sabría que decir, tendría que revisar las hojas e informes que me han entregado en los últimos tiempos y quizás me topo con algún problema resuelto, pero para mí siempre tendrán más trascendencia los que no he podido resolver.
No creo que haya resuelto mucho en estos tiempos, hasta que una de las familias más humildes del barrio se desviven porque aceptes la invitación a almorzar porque "les cayó un dinerito" y pudieron cocinar un poquito más de arroz, ¡frijoles! y hasta abrieron aquel paquete de perritos para que te sientes con ellos a la mesa, y no encuentras un argumento convincente para declinar la invitación porque según dicen " eres su delegado y no saben cómo agradecer tu continúas gestiones para hacerles la vida más llevadera".
Aceptas finalmente con un nudo en la garganta, y mientras te sientes objeto de tanto cariño y atenciones desmedidas quisieras decirle que tus problemas en ocasiones pasan a un segundo plano porque hoy nada es más importante en tu vida que conseguirle un colchón a Manolito, ese hombre de 55 años que se volvió niño por un golpe desafortunado de la vida, desde que un derrame cerebral trastocara su existencia.
Desde entonces Manolito solo logra emitir dos únicas frases, las cuales has aprendido a descifrar porque ellas él intenta expresar sus diferentes estados de ánimos.
" ¡Mami!" y "¡Ay Dios!" son las únicas tres palabras que el otrora informático logra articular no sin cierta dificultad. Aún así muestra gran efusividad y por momentos logro sostener una comunicación afable y distendida, aunque a veces me sorprenda con su exceso de expresividad y solo me lleguen frases ininteligibles, como la de ciertos niños cuando comienzan a mascullar sus primeras palabras.
"¿Qué sería de Manolito sin el cuidado de su madre Olga?", me he preguntado más de una vez, mientras observo sus dedos rígidos producto de la lesión cerebral.
Y es que Olga, aunque parezca frágil, protege a su hijo con el mismo esmero de hace más de 50 años, cuando los sostuvo por primera vez en sus brazos. Hoy también lo arropa y le ayuda a cruzar la calle, cuando debería ser él quien la llevará de la mano.
Disfruto visitarles, aunque en mi agenda aún permanezcan las tantas anotaciones donde plasmo las tantas dificultades con las que viven, y a veces siento que no son más que planteamientos de esos que vuelven promesas sin cumplir.
Y aunque no he logrado facilitarles mucho se sienten agradecidos porque les escucho y va y hasta logran entender que mi preocupación es sincera aunque poco pueda hacer y Manolito siga pasando sus noches en un colchón que con los años le impide el descanso placentero, que tanto necesita por su enfermedad.
Si algo he descubierto en estos meses es que un Delegado que recorre su barrio y se detiene a escuchar, aunque a veces las palabras al principio resulten hirientes se gana el respeto y el tono, luego de la crispación, se vuelve cercano y hasta de camaradería: "Al final Delegado, sabemos que no tienes la culpa". Y el tono condescendiente te fortalece un tanto, porque te asumen como alguien cercano.
Por eso han llegado a ser tan importantes en tu vida Olga y Manolito, y sientes que su suerte es la tuya, como tuya será su padecer o alegría.
Debieron pasar los meses, quizás más, para que me llamarán periodista, y apenas una horas después de resultar electo Delegado ya no me llaman de otra forma.
Y este ejercicio ha sido hermoso, y exasperante a veces, como la propia vida. Pero como nunca antes he sentido las ganas de contribuir a mejorar la vida de las personas, aunque poco pueda hacer ante temas tan peliagudos cono la canasta familiar normada, el alza de los precios, o los infaustos apagones.
Pero pocos sospecharán lo que representa para un Delegado que un elector se le acerque para exponerle un planteamiento, aunque exista esa especie de acuerdo tácito de que quizás no resuelva nada, pero al menos los electores, es decir el pueblo, necesita constatar que muy próximo a él permanece esa persona presta a conocer de sus vicisitudes y a gestionar una solución.
Y vas entendiendo de a poco que desde que eres Delegado recorres tu barrio de manera diferente, porque te urge saber todo sobre las personas encamadas, los vulnerables, los niños enfermos, o aquel pequeño que perdió a su madre, de la casa con problemas de cubierta, o cuánto ha crecido aquel bache que por momentos asemeja una laguna, aspectos en los que apenas reparabas y hoy te provocan desvelo. Puedes correr con la suerte de que más de uno lo note y te salude con simpatía. En ese punto entenderás que sí ha valido la pena.
Por :Arnaldo Mirabal Hernández. Periódico Girón
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